"Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo"
Benjamin Fraklin

jueves, 30 de junio de 2011

Literatura Infantil I

Terminó el Practicum, sí, pero ello no es motivo para dejar de compartir cosas vía Blog. Aunque el curso académico ha terminado, me parece muy importante no olvidar la lectura. A propósito de ella, siempre me acuerdo y me acordaré de una asignatura que tuve en Granada sobre la Literatura Infantil y Juvenil. De hecho, ha sido la asignatura que más me ha gustado de la carrera (ahora que la he terminado puedo decirlo, jeje). 


Por ello mismo, he decidido, durante unas cuantas entradas, iré compartiendo con vosotros una serie de cuentos comentados en esa asignatura. Igualmente digo, que si alguno de mis pocos lectores conoce algún buen cuento, acepto sugerencias.


Mi propósito como Maestra es tener una muy buena biblioteca, cargada de libros infantiles que transmitan algo, y que sirvan para poder guiar a mis futuros alumnos, en algún problema o duda personal que tengan. Quizá ahora mismo no entendáis por qué digo esto, porque puede que al igual que yo pensaba, cuando se menciona "Literatura Infantil" penséis en la Cenicienta, el Libro de la Selva, o semejantes, pero espero que al final de esta serie de entradas, hayáis cambiado un poco la mentalidad.


Antes de nada, me parece importante hacer una breve introducción a la literatura infantil. Así que os dejo un "pequeño" comentario sobre ella , fabricado de cortes de aquí y de allá.

No es fácil definir el término de “Literatura Infantil”. La misma definición de literatura infantil es como un objeto vivo que ha cambiando con el tiempo, como el objeto mismo que designa: el conjunto de obras literarias de ficción destinadas a los niños, a lo infantil.
Lo que hoy designamos con el nombre de Literatura Infantil, se ha visto entre la disputa de diversos factores que la han modelado y definido en el sentido que hoy la entendemos. Estos factores se refieren a un contexto social, económico, político que se traducen en la idea que tenemos del niño, del control de la procreación y la vida que continua más allá de nosotros. De igual forma, fue necesaria una economía que permitiera el acceso a la educación y a los libros a una mayoría, la diversidad y el incremento de la industria editorial.
Algo que pereciera ingenuo en un principio, se torna complejo y en pugna por varias fuerzas. De esta manera la literatura infantil se ve escindida entre un afán pedagógico y un deseo de hacer de la literatura infantil un arte literario lleno de fantasía, de mundos maravillosos que se contienen a sí mismos, sin faltar el juego, la danza de las palabras.
En esta perspectiva ha habido quienes incluso niegan la existencia de la llamada literatura infantil. Por ejemplo, el escritor español Rafael Sánchez Ferlosio rechaza la existencia de la literatura infantil, porque para él, cualquier intento de adecuación lingüística, supone una degradación.
Es hasta el siglo XX con sus avances en pedagogía, lingüística y psicología, que la literatura infantil es motivo de estudio y mirada seria. Así, en ensayos recientes es posible encontrar una definición de literatura infantil como sigue:
¿Qué es la literatura infantil? Para empezar hemos de dividir el término en dos conceptos: Literatura e Infantil.
La literatura es un universo de palabras con ciertas reglas de juego propias; un universo que no nombra el universo de los referentes del mismo modo como cada una de las palabras que lo forman lo nombraría en otro tipo de discurso; un universo de palabras que, sobre todo, se nombra a sí mismo y alude, simbólicamente a todo lo demás.”
En nuestros tiempos no sólo se explota el cuento publicado en un libro sino su adaptación al cine, la adaptación en libros para colorear, en series de dibujos animados para televisión y un sin fin de artículos como mochilas, camisetas, juegos de video que habremos de asegurarnos que sean de la marca original del personaje que nos sedujo, porque también se producen millones de imitaciones made in China. En medio de la inundación de imágenes, de la perversión de las mismas pretendemos vivir sin el lenguaje verbal, incomunicados nosotros los adultos como los niños.
El niño es objeto y sujeto de consumo, aunque el niño dependa de los mayores para consumir, los padres le comprarán los más innecesarios objetos que desee o cree desear, para que sea feliz, para que pare de llorar, porque está de moda, porque son símbolos de alto estatus el consumir ciertos objetos, en fin, el niño es rodeado de cosas.
El segundo término del binomio “literatura infantil” es lo infantil. Una característica fundamental de la literatura infantil es, que es un conjunto de obras dedicadas a lo infantil, al niño. Y con niño nos referimos a una edad biológica y a una construcción social. En base a estos dos factores, y quizá más al segundo, es a esa imagen creada a quien se le escribe los cuentos.
Cada época tiene su imagen oficial de infancia y también sus conductas concretas en relación con los niños: hechos y símbolos, discursos y actos.
¿Cuál es la imagen del niño actual? Lo vemos vulnerable, bello con la belleza propia de su edad, fresco, espontáneo, digno de protección, feliz incluso en la pobreza, inocente, dulce, asexuado
¿Cómo llegar al lugar donde está el niño y verlo en toda su pequeña complejidad, con sus alegría, su tristeza e incluso su depresión?
Para hablar de los niños también hay que hablar de temas muy adultos, de la familia, de papá, de mamá, hermanos, hermanas.
Muchos escritores y escritoras han decidido, con fortuna en muchos casos, hablar de estos y más temas a los niños y enfrentarlos con la complejidad del mundo, así que esto también es literatura infantil. 
Debemos de ser conscientes de la importancia de la literatura infantil, no solo a la hora de desarrollar la capacidad recreativa, creadora, de expresión, imaginativa, etc., sino también en la  adquisición de actitudes y valores, de conocimiento del mundo, de capacidad crítica y estética, de toma de conciencia y, en último término, en la toma de opciones.
En todas las culturas, los cuentos han permitido a los niños y niñas explorar mundos lejanos o saberes complejos de su propio mundo proporcionándole modelos simplificados. Los cuentos  ayudan simultáneamente a conocer y a estructurar su pensamiento poniéndole en contacto con problemas protagonizados en muchos casos por niños o niñas o por seres (animales, seres fantásticos) con los que ellos y ellas pueden identificarse fácilmente.  Los cuentos también permiten algo esencial en el pensamiento infantil: la reiteración. Al niño o niña no le basta pasar una vez por la realidad para entenderla. Pueden ver una película de forma incansable hasta que la conoce y la sabe; además, la “jugará” poniendo  en funcionamiento su capacidad para simbolizar lo vivido. En este proceso, el niño y la niña aprenderá lo necesario para vivir esta realidad, sean habilidades sociales, frases mágicas o la existencia y nombres de objetos o realidades.
Los cuentos además, presentan a los niños y niñas la realidad en forma de problemas dándoles la oportunidad de aprender y aplicar un modelo para su resolución basado en la identificación del problema, la búsqueda de posibles soluciones, la toma de decisiones y aplicación de una de ellas, y la evaluación de lo ocurrido, Los cuentos nos permiten proponer situaciones de conflicto que pongan a prueba habilidades infantiles como si fueran de verdad.
No suele apreciarse la voluntad filosófica de los niños. La consideración más vulgar de la infancia tiende a considerarla como una etapa ingenua y ensimismada, cuyas mayores virtudes son la felicidad y la inocencia, que van perdiéndose conforme pasan los días y se dejan atrás los juegos, los compañeros, los asombros. La melancolía decepcionada de los adultos tiende a creer que en sus vidas hubo un pasado puro y despreocupado, perfecto, del que fueron expulsados injustamente. La infancia suele ser vista como un paraíso del que uno se aleja o es desterrado. Los deseos, sin embargo, suelen enmascarar o desvirtuar la memoria. Porque lo cierto es que la infancia es también una época de incertidumbres, miedos, desengaños y tristezas, que se soportan y se vencen como cada cual puede. Basta, eso sí, un momento de vehemente alegría para compensar las muchas decepciones que abruman a diario a los niños.
La infancia es asimismo una época de preguntas, tal vez el tiempo en el que son más intensas y más persistentes. Los porqués de los niños no son una expresión de simplicidad o empecinamiento, sino la muestra de una invencible curiosidad hacia el mundo y el comportamiento humano. Quieren saber qué es lo que hace que el universo sea como es y los artefactos funcionen como lo hacen, sienten verdaderos deseos de conocer el significado de las palabras y la razón de las normas y las conductas, porque todo para ellos es nuevo, apasionante. En sentido estricto, se comportan como genuinos filósofos y científicos. Únicamente la ceguera y la arrogancia de los adultos impiden entender la infancia como la época de la suprema curiosidad.
La literatura infantil y juvenil tiene en cuenta a veces esa realidad y afronta directamente, sin temor, algunas de las cuestiones que, desde hace siglos, son patrimonio de la filosofía.
Una cosa que me llama la atención, es la falta de libros que traten un tema tan importante como es el de la muerte. Se trata de un tipo de libros, turbadores y peligrosos, que asustan a los adultos. A mí me parecen, en cambio, pertinentes y necesarios. En cualquier caso, inevitables. ¿Por qué los libros destinados a la infancia habrían de desentenderse de un asunto tan presente, tan desolador, como la muerte? Los niños están en el centro de la vida, es decir, de la muerte, cuya existencia les afecta y les desconcierta, como a todos. Nadie que se relacione con niños ignora lo que ese suceso les preocupa, las preguntas que les provoca, las hipótesis que elaboran. Muchos adultos consideran, sin embargo, que lo mejor, si llega el momento, es actuar como si nada hubiera ocurrido, desviar sus interrogantes, disimular la pena. Con ello únicamente consiguen acentuar la perplejidad de los niños, acrecentar su incomprensión.
La literatura, naturalmente, no protege, ni extingue el dolor, pero ayuda a distanciarse, a ver la propia historia como algo ajeno. Y ese extrañamiento es una pequeña liberación. Mi experiencia me hace pensar que lo más importante de esos libros es la oportunidad que brindan para hablar, para transformar el estupor en palabras, para poner orden en el caos. Sabemos que las palabras consuelan, que canalizan las emociones, lo cual hace más llevadero el duelo. Es lo que todos necesitamos. ¿Pero hay que darles esos libros a los niños como si tal cosa, como uno de tantos?, preguntan algunos padres, inquietos por la posibilidad de quebrar bruscamente un estado de edénica inocencia. No, no es necesario ilustrar sobre la muerte a nadie que no lo demande o no le interese. Pero es conveniente que esos libros estén cerca, que aparezcan si algo ocurre y es urgente conversar, que actúen de puente entre aflicciones personales, que den forma a la incoherencia. Cuando eso ocurre, les aseguro que los niños no se espantan, no se quedan alelados. Por el contrario, hablan mucho y hablan bien. 
Por ello mismo, por la importancia de tratar temas que estén realmente presentes en la vida de niños y niñas, y que no sean siempre de princesas y caballeros, me parece interesante nombrar algunos libros que hacen pensar. Retomamos la actitud filosófica mencionada anteriormente.
Los libros deben estar siempre acompañados de un diálogo posterior, que permita exponer criterios y opiniones. Debe haber una segunda lectura que permita una mejor comprensión también.

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